En segundo grado, después de una breve y espantosa experiencia monjil, empecé en mi colegio de toda la vida. Mixto por suerte. Era una pendeja mala malísima. Bien reventadita. De esas que mueven los hombros para arriba y dicen "qué te importa". El primer día "inventé" (que caradura es el juego más viejo del mundo) jugar a "las nenas a los varones" en todos lo recreos. Nadie me había explicado lo que es el copyright pero mi orden era que todo el que quisiera jugar me tenía que perdir permiso para jugar. Y decir que no a los que me caían mal era lo más divertido. Después -ahora- me hice buena buenísima porque se ve que toda la hijadeputez me la gasté temprano. Y no está para nada bien. Hay muchas veces en que uno debería exigir que la gente nos pida permiso. Para poder decirles que no.
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