Hoy estabamos preparando la cena y de repente se empezó a escuchar un cacerolazo. Por un momento casi que no reaccionamos, como si fuera algo común, como cuando había cacerolazos a cada rato en Buenos Aires. Pero en un momento Juan me dice: "che hay un cacerolazo pero estamos en Barcelona". Salimos al balcón y estaba toda la gente en sus ventanas golpeando como locos las ollas, prendiendo y apagando las luces, gritando no a la guerra, Aznar hijo de puta y demás. Desde casa se ve la montaña de Barcelona y se veían todas las lucecitas y había muchisima gente. Fue increíble. Y nosotros, ojalá influidos por lo lejos que estamos, nos inflamos de orgullo con este gran invento argentino. Ahora que lo vuelvo a pensar: es tremebundamente patético.
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